05 Jun Resiliencia Política
La Real Academia de la Lengua Española define a la resiliencia como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Otra definición más amplia y actualmente aceptada dice que es la capacidad que tiene una persona o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro. En teoría, y siguiendo estas definiciones, todas las organizaciones políticas y partidos, son organismos resilientes porque están sujetos, por naturaleza, a la competencia política y en los regímenes democráticos esto implica perder o ganar dentro de un ambiente social donde una parte estará en contra.
En la política mexicana, particularmente en el siglo XX, años post revolucionarios, tras la consolidación del partido hegemónico que fue el PRI, la oposición fue resiliente en los términos descritos, adaptándose a una competencia desigual y enfrentando al estado en ocasiones represor e intimidante.
Con el tiempo y ante la apertura democrática de los últimos treinta años del siglo pasado, fueron ampliando sus capacidades para disputar el poder y participar en los órganos de representación popular. La alternancia se hizo presente, primero en los niveles inferiores, presidencias municipales, diputaciones locales, incluso gubernaturas, llegando al poder ejecutivo federal al término del siglo.
En ese momento es cuando podemos hablar de resiliencia política, en sus capacidades de adecuarse, resistir y recuperarse en condiciones adversas, cuando la competencia se volvió real y la manipulación del estado sobre los procesos electorales se hizo de muy difícil operación. A partir de ahí, todos los partidos tuvieron que volverse, aún imperceptible e involuntariamente, resilientes en su acepción más amplia.
Es así que, después de la elección de 2018, los partidos tendrán que poner a prueba sus capacidades de resistir y superar las condiciones adversas que resultan de la presencia de un partido que domina los poderes ejecutivo y legislativo y mantiene un intercambio constante en la población a través de políticas clientelares como las practicadas por el PRI en su época hegemónica.
Tanto el PAN como el PRI, debieran estar ya inmersos en sus procesos resilientes, identificando las fortalezas que les permitirán adaptarse a la nueva competencia, a resistir los embates de la fuerza emergente y avasalladora que representa Morena y eventualmente recuperar el poder, para darle vigencia a la competencia democrática. A la vista parece que no es así. No se observa una visión, mucho menos una acción introspectiva que permita definir con claridad los atributos necesarios para ese proceso.
En el PRI persiste una política interna cupular y excluyente de la militancia, que lo ha alejado de lo que en un tiempo fue su fortaleza, la estructura territorial. Ya no hablemos de los principios o plataforma que se han convertido en postulados impresos para el formalismo de los registros electorales sin llevarlos a la base militante y simpatizantes. Su fuerza, expresada en posiciones políticas obtenidas se reduce a 12 gubernaturas, 3 congresos locales con mayoría priista y 544 municipios, de las cuales muchas estarán en juego en 2021, incluidas 8 de las 12 gubernaturas. Con una dirigencia nacional anodina, y estructuras estatales desmotivadas, es previsible que esta presencia disminuya y eso demuestre si tiene o no poder de resiliencia.
Por su parte en el PAN, están más acostumbrados a condiciones adversas y sus estructuras en consecuencia tienen una mayor predisposición a resistir y avanzar a pesar de ellas. Son su vocación, nacieron como oposición y reacción, es su naturaleza, sin embargo, las desavenencias internas, una dirigencia nacional débil y la fortaleza que han mostrado los gobernadores, denotan falta de unidad y poca claridad a la hora de instrumentar un proceso resiliente que les permita no solo resistir, sino recuperar el poder.
En cuanto al PRD, anteriormente la tercera fuerza electoral, ha sido fuertemente drenado por Morena, tanto en sus cuadros de dirigencia como en las organizaciones de apoyo, líderes y militantes han emigrado y tiene una considerable vulnerabilidad económica, lo que le dificulta articular un proceso coherente que vaya más allá de recuperar o integrar nueva militancia, sobrevivencia pura.
El resto de los partidos, excepción hecha del MC que ha trazado una ruta propia, simplemente se han adaptado a la nueva situación, buscando crecer a la sombra del partido mayoritario. No es una situación muy diferente a la que existía con el PRI hegemónico y sus partidos “satélite” como alguna vez los llamaron.
El sacudimiento que sufrieron todos en 2018, los ha convertido, ante la falta de procesos resilientes, en una oposición estridente, reactiva, sin posibilidades de articular un proyecto alternativo, no solo de competencia electoral sino también de conducción del país. La inconformidad de una buena parte de la sociedad con el rumbo que lleva la nación, no tiene una ruta para su articulación en ninguna de las corrientes y organizaciones políticas opositoras.
Todo proceso de resiliencia tiene lugar a partir de una profunda introspección que ningún partido ha realizado, negándole a la sociedad opciones sólidas de participación y, a sí mismos, posibilidades de recuperación.
Luis Manuel Robles Naya
- Licenciado en Derecho por la Universidad de Guadalajara
- Coordinador de Asesores del Gobierno del Estado de Sonora de 1997 a 2003
- Director corporativo Jurídico y de Seguridad de Casa de Moneda de México de 2014 a 2019
- Fundador y Director General de Gerencia Política y Consultoría, S.C. desde 2004